domingo, 16 de diciembre de 2012

Las Erinias o Furias


Las Erinias o Furias

Las Erinias, del griego ἐρίνειν, que significa perseguir, eran en la mitología griega (en la mitología romana eran conocidas como Furias, del latín furiae que significa terrible) las personificaciones femeninas de la venganza que perseguían a los criminales de los parientes. De aspecto horrible, tomaban la apariencia de mujeres con vestidos negros y rojos y cabello de serpiente; tenían un látigo y una antorcha con lo que perseguían a su víctima; en algunas ocasiones se las representaba con alas de murciélago o de ave y el cuerpo de un perro; aunque también se les representaba como moscas acosando a sus víctimas.

Las Erinias o Furias también eran nombradas Eumenidas o “las benévolas” que era una forma de exorcizar su furia; Semmai, que quiere decir “las venerables;” Potnias, o “las horribles”; y, por último, Praxídiceas, o “ejecutoras de leyes.”

No se conoce con exactitud el origen de las Furias (o Erinias); aunque se decía que habían nacido de las gotas de sangre derramada por Urano (dios primordial del cielo) cuando su hijo Cronos lo castró; razón por la cual se consideraban divinidades ctónicas, es decir, divinidades del inframundo. Otras versiones afirman que las Erinias eran hijas de la Madre Tierra y la Oscuridad; había quienes afirmaban que eran hijas de Cronos y Eurínoma; y, por último hay quienes las hacían hijas de Hades (dios del inframundo) y Perséfone (reina del inframundo). Aunque no había un acuerdo en relación a su número, Virgilio nombró a tres: Alecto, o la que castiga los delitos de la moral; Tisífone, encargada de castigar los asesinatos; y Megera, la que castigaba a los infieles.

Las Erinias se encargaban de cuidar la entrada al Tártaro (lugar de tormento y sufrimiento eternos similar al infierno de los cristianos) donde los criminales expiaban sus culpas; sin embargo, se les identificaba más como aquellas responsables de castigar a los que hubieran ofendido a los dioses del Olimpo, cometido matricidio o roto un juramento; así que su función era atormentar, perseguir y acosar a los culpables de tales crímenes y su persecución era tan implacable que incluso los culpables se suicidaban.

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